El Salón de la Poesía de la UANLeer Feria Universitaria del Libro 2018 fue el marco para la presentación Oscura. Antología poética, de Julián Herbert.
Por Guillermo Jaramillo
Foto: Eduardo Llamas
No hace mucho tiempo, Julián Herbert era considerado un poeta joven. Hoy que aparece con su antología poética Oscura. Antología poética, bajo el sello editorial Atrasalante, se le ve orondo y nada avejentado.
El poeta Luis Jorge Boone realizó la antología y consta de 20 poemas que no están acomodados en el orden cronológico de los libros en los que aparecieron por primera vez.
Tanto Boone como Herbert son amigos desde hace tiempo. Ambos son coahuilenses y figuran como unas de las voces más potentes de la poesía contemporánea nacional.
Boone ha ganado todos los premios de poesía en los que ha participado. Herbert ha incursionado también en la crónica, la novela, el cuento y el ensayo.
Hace tantos años, cuando el ciclo Verso Norte operaba en Colegio Civil, la Sala Zertuche tuvo como invitado a Herbert, quien desde que abrió la boca, dejó saber que es un tipo que ha tomado la vida por los costados más duros.
A tantos años de aquella lectura, él vuelve a Colegio Civil para presentar su antología. Ahora luce una cabellera feroz y una sudadera del campeonato de los Tigres de la UANL en 2016.
Boone comentó que todo lector es un antologador en potencia. Desde hace tantos años que ha leído a su amigo Herbert. Si bien la antología no ofrece nuevos versos, la estructura que Boone le dio a las piezas permite una nueva forma de leer al poeta.
Al cuestionarle si la raíz de esta antología se sentía un poeta más sabio, Herbert señaló que escribe poesía para no madurar.
“Una de las razones por las que uno escribe poemas es para no madurar y no querer ser sabio. Una de las bondades de la poesía es que te excusa de la sabiduría, al menos para mí.
“Tengo 47 años, estoy alcanzando ya casi a ver el quinto piso. Cuando yo tenía 35 años me invitaron a Monterrey a leer. En 1991, Gabriel Contreras me entrevistó y me dijo ‘tú que eres un escritor acá local’, y fue uno de los halagos más bonitos que me han hecho.
“Cuando yo tenía 20 años era un escritor de Monterrey, porque en Saltillo no había ni madres”, apuntó el autor de La casa del dolor ajeno.
La ciudad de Monterrey siempre ha sido una segunda casa para Herbert, y lo recuerda así con una anécdota de principios de los noventa.
“Uno de mis grandes momentos festivos fue venir en 1993 a la presentación de un libro de Ofelia Pérez Sepúlveda. No llegué a la presentación, sino nomás a la fiesta en casa de José Eugenio Sánchez, y vi que era el mundo literario que me gustaba”.
De un carácter entre candoroso e intimidante, Herbert confiesa amar y respetar a casi la mayoría de los poetas de su generación.
“La literatura tiene un funcionamiento, un mercado. Yo quiero mucho a los poetas de mi generación, salvo el caso de Heriberto Yépez y María Rivera, que me parecen unos imbéciles radicales.
“Siento que crecimos en un ámbito donde no éramos nadie; seguimos sin sentirnos alguien porque no tenemos esa vocación de ser un escritor reconocido. Los problemas que tenemos son netamente estéticos.
“Yo estoy dispuesto a agarrarme a cuchillazos con alguien por una diferencia estética, que por un premio o el reconocimiento. Eso me parece una gran banalidad”, finalizó invitando a los asistentes a beber esa noche.